martes, 16 de noviembre de 2010

Esto es lo que hace el catus de mi ventana


María, la señora que viene a limpiarme la casa, (sí, me limpian la casa, ¿qué pasa? ¿qué no? Bueno, ¡pues eso!), como decía, María, ucraniana ella, como de unos 50, es algo así como un bollo recién sacado del horno. Muy suya, eso sí. Lleva unos siete años en España y habla un español, bueno, bastante mejorable. Da igual, ella limpia, ordena las cosas (¡ay!) y me trae, de vez en cuando, tapetes, tapetitos; redondos, cuadrados, según sea para una mesa o un rinconcillo. Me pone estampitas de la Virgen o del Sagrado Corazón en la estantería que tengo en mi cuarto. ¡Quiere pintarme la casa! Dice que como fumo tanto, pues que está ahumada (bueno, esto es lo que la entendí después de un buen rato de charla en el lenguaje de signos (casi)). En fin, a lo que iba, entre las cosas que me trae y coloca según su idea de como decorar la casa de un "desastre de hombre solo", pues ha traído plantas, tanto vivas como de plástico, que ha puesto en mesitas, rincones y en los alféizares de las ventanas. Muy bonitas. Pero entre ellas trajo un cactus que parecía algo así como unas hojas de lechuga gordas y ya un poco pasadas. Nunca he criticado ninguna de sus iniciativas. ¡Dios me libre! ¡Pero si me tiene la casa como los chorros del oro! Así que, esta tampoco. Y menos mal, porque a los pocos meses, era casi verano, vi en la ventana esto:
Ella es así, como un cactus al que nunca echarías una segunda mirada.
¡Y vaya, lo que te perderías!

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